Poco importan las florituras que haga o deje de hacer el Gobierno de Zapatero. Todos sus argumentos en contra de la consulta convocada por el Parlamento vasco remiten sistemáticamente a lo mismo: el Estado español no está dispuesto a permitir que se abra una vía, sea del tipo que sea y al plazo que sea, que facilite que la población vasca pueda acabar decidiendo su futuro por sí sola. Pone pies en pared: el español es un solo pueblo, la unidad de la nación española está fuera de discusión y punto.
En ese sentido, se equivoca Ibarretxe cuando afirma que el recurso de Zapatero ante el Tribunal Constitucional ha anulado de hecho el autogobierno vasco, que él presenta como un pacto entre Euskadi y el Estado español. Porque no hubo tal. El Estatuto de Gernika no fue fruto de un acuerdo entre dos partes. El Estado español nunca reconoció que Euskadi fuera un interlocutor diferenciado, ni negoció con él de igual a igual.
Estamos, de hecho, ante el choque de dos planteamientos antagónicos. Y, cuando un choque así se produce, la razón y el rigor jurídico están de sobra. Sólo importa la relación de fuerzas.
La mayoría de la población vasca, partidaria del derecho a decidir –sentimiento del que participan muchos vascos no nacionalistas, según todos los estudios sociológicos que se han ocupado de ese aspecto–, tiene un peso electoral poco significativo dentro del conjunto electoral español. Al Gobierno no le es imprescindible tratarla con mucho miramiento. Incluso puede venirle bien tratarla con poco miramiento, para contentar a ciertos sectores de la población española y favorecer de paso que otros escarmienten en cabeza ajena. (Me refiero, claro está, a Cataluña, que sí le es imprescindible, y a muchos efectos: el electoral y parlamentario, para empezar, pero también el económico, el mediático... y bastantes más.)
Esas desventajas podrían contrarrestarse si la mayoría vasca estuviera determinada a hacerse oír, sin ninguna violencia, pero con muchísimo ruido. Pero montar el bochinche da trabajo, acarrea molestias y estropea muchos fines de semana.
Y cada vez hay menos gente dispuesta a dar los fines de semana por la Patria.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (20 de julio de 2008).