Escucho unas declaraciones radiofónicas de Alfredo Pérez Rubalcaba en las que, refiriéndose al diálogo con ETA, expresa la honda desazón que le produjo “tener que hablar con gente que ha matado”. Supongo que el personal que lo oyera tomaría sus palabras como todo un detalle de sensibilidad, y que sentiría una inmediata corriente de simpatía hacia quien así se expresaba.
Pero siempre tiene que haber un aguafiestas. Yo, sin ir más lejos, en este caso.
Pérez Rubalcaba ha hablado muchas otras veces con “gente que ha matado” y, que yo recuerde, nunca se creyó en la obligación de dejar constancia pública de sus escrúpulos.
Si cuando empleamos la expresión “gente que ha matado”, no nos referimos en exclusiva a personas que hayan asesinado con sus propias manos –tampoco hay noticia de que Hitler se encargara personalmente de matar a nadie: es una costumbre que parece que cayó un tanto en desuso a partir de Nerón–, e incluimos a quienes han sido responsables de asesinatos, sea por haberlos ordenado o por haberlos propiciado y encubierto, habremos de concluir que don Alfredo viene tratando con un porrón de ellos desde la Transición misma. Si quiere, le apunto algunos nombres y apellidos de reputados albaceas testamentarios del franquismo con los que ha tenido muchísimo trato, y con algunos incluso aparentemente cordial.
¿Que se refiere en exclusiva a gente que haya matado en muerto y en directo, o sea, a los propios sicarios encargados de apretar el gatillo, de accionar el detonador de la bomba o de torturar hasta que el detenido exhala su último suspiro, con cal viva o sin ella? También a varios de ésos los ha tenido cerca, como Amedo, Rodríguez Galindo y algunos más podrían recordarle. O como se lo recuerdo yo.
Eso sin contar con aquellos que no pueden llevar la cuenta de sus víctimas mortales con los dedos de la mano, porque necesitarían los dedos de todas las manos de todos los integrantes de muchísimos regimientos. George W. Bush, por ejemplo, al que el Gobierno del que forma parte el señor Pérez Rubalcaba considera un aliado dilecto.
Venga, hombre: no nos venda peines, que somos muchos los que ya estamos calvos.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (26 de octubre de 2007). Javier lo publicó como apunte (No nos venda peines). Lo mantenemos allí porque tiene coda y unos cuantos comentarios. Subido a "Desde Jamaica" el 3 de julio de 2018.