He aportado a lo largo de los años varias veces mi nombre y mi número de DNI para avalar iniciativas que precisaban de un cierto apoyo ciudadano para ser viables, y lo he hecho al margen de que simpatizara más o menos con ellas. Precisamente por lo dicho: para contribuir a que fueran viables. “Que florezcan cien flores y rivalicen cien escuelas de pensamiento”, escribió Mao Zedong en 1956. Él no se lo tomó demasiado en serio, pero yo sí (cuando lo leí, unos cuantos años después). Y sigo en ésas.
Con lo que nunca he simpatizado gran cosa es con los manifiestos y llamamientos firmados por personalidades, intelectuales, escritores, deportistas, artistas y famosos en general en los que se reclama a la población que dé su voto a Fulano o a Mengano. Me incomodan. ¿Qué tratan de conseguir? ¿Tal vez que haya gente que se diga: “Yo sólo soy un pobre ignorante, pero si éste que ha escrito tantos libros, aquella que canta tan bien y aquel otro que mete tantos goles apoyan a Fulano, será que Fulano es estupendo”? Defiendo que cada cual se forme su propio criterio independiente y no contribuiré a condicionarlo más de lo que ya lo condicionan los demás.
En vísperas de la campaña electoral vasca –en la que ya estamos, de hecho–, los medios informativos dan cuenta de varias plataformas de lo que en tiempos llamábamos “abajofirmantes” que se afanan en solicitar el voto para el uno, el otro, el tercero o el cuarto.
Voten los abajofirmantes a quien les pete, pero no traten de apabullar a los demás con su supuesta autoridad, muchas veces harto discutible, especialmente en materia política.
Yo, por lo menos, no pediré que se vote a nadie. Es más: ni siquiera pediré que se vote.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (7 de febrero de 2009).