Cuando Alejandra Kollontai fue nombrada ministra de Asistencia Pública de la Rusia soviética tras la Revolución de Octubre de 1917, se encontró con que los funcionarios de su departamento, todos ellos provenientes del Estado zarista, no querían trabajar a sus órdenes. ¡Una mujer, y además feminista, y revolucionaria socialista, y defensora del aborto y del divorcio, y partidaria del derecho de autodeterminación, que incluso apoyaba a los separatistas de Finlandia! “¡Habrase visto!”, se decían entre sí. (En ruso, claro.)
La mañana en la que la autora de La bolchevique enamorada –novela de apabullante cursilería, dicho sea de paso– entró en el Ministerio de Asistencia Pública para hacerse cargo de su dirección, los empleados del negociado en cuestión se declararon en despectiva huelga de brazos caídos. Fue un duro golpe para ella. Cuentan las crónicas que madame Kollontai se encerró en su despacho y pasó un buen rato llorando. Cuando recuperó la compostura, salió, convocó a los funcionarios y les hizo saber en tono de inequívoca firmeza que todo aquel que no empezara a trabajar de inmediato sería detenido y fusilado. Se pusieron manos a la obra sin la menor tardanza y con una sorprendente unanimidad.
Las revolucionarias de antes eran, como se ve, de armas tomar.
El problema fue que los funcionarios del Ministerio ruso de Asistencia Pública se pusieron a trabajar, ciertamente, pero lo hicieron del único modo que sabían hacerlo, o sea, de manera servil, sin el menor interés por el pueblo, en general, y por las mujeres, en particular.
De entonces a aquí, las cosas han cambiado mucho, por supuesto. Ahora los funcionarios más reaccionarios no se declaran en huelga de brazos caídos contra el mando de las mujeres (además, si lo hicieran no se notaría la diferencia). Tampoco las jefas de ahora son como Alejandra Kollontai, lo cual es de agradecer al menos en dos puntos: en el de los fusilamientos y en lo de las novelas.
Pero dos cosas siguen tal cual: la cantidad de hombres (periodistas incluidos) a los que les supera que las mujeres tomen el mando y la inutilidad de los intentos de acabar con el machismo a base de nombramientos.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (18 de abril de 2008).