Para mí que una de las razones fundamentales de la actual crisis económica es que la clase empresarial ha perdido el orgullo de serlo, no sólo en Manchester, en Sabadell y en la margen izquierda del Nervión, sino en general, urbi et orbi.
Antes, en aplicación de los peculiares principios morales de la Reforma, los empresarios se dedicaban a explotar el trabajo ajeno, sí, pero con la cabeza bien alta: decían que eso contribuía a impulsar la riqueza de las naciones, porque así lo había demostrado en 1776 un docto escocés que se hacía llamar Adam Smith. Los empresarios perseguían ganar más y más, pero no se avergonzaban de ello, porque estaban convencidos de que Dios, con la ayuda de Lutero y Calvino, les había traído al mundo para realizar esa trascendental misión social.
Ya no es el caso. A buena parte de los empresarios de ahora, sobre todo a los más adinerados, les avergüenza reconocer que siguen promoviendo sus negocios para forrarse, aunque el dinero se les salga escandalosamente por las orejas. Basta con oír sus declaraciones o, mejor todavía, contemplar sus reclamos publicitarios: según ellos, su única preocupación es nuestra felicidad. De creerles, habría que suponer que están obsesionados por lograr que todo nos salga casi gratis, por servirnos desinteresadamente (¡y con qué sonrisas!), por no contaminar ni de coña y por facilitarnos tanto la vida que es que no nos lo merecemos.
Añoro los años en los que España contaba con un Ministerio que se llamaba, directamente y sin cortarse ni un pelo, “de la Guerra”. ¡Ah, aquellos tiempos en los que te maltrataban de lo lindo, como ahora, pero por lo menos no te llamaban imbécil; en los que los poderosos admitían que los ejércitos no están para emprender misiones de paz armados hasta los dientes; en los que los capitalistas reconocían que ellos se dedican a promover la explotación capitalista, porque es lo suyo! ¡Qué tiempos “de bárbara, de brusco y bruto”, que escribió mi hermano Carlos, en los que los capitalistas ejercían de tales, sin complejos, y los socialistas aún luchaban contra los capitalistas, como si fueran partidarios de otro sistema, y no del mismo!
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (22 de agosto de 2008).