Mariano Rajoy justifica la designación de Jaime Mayor Oreja como cabeza de lista del PP para las elecciones europeas: “Yo tomo decisiones; luego cada uno lo puede interpretar como quiera”, ha dicho (hipérbaton incluido).
Es una afirmación reveladora: sabe que es mucha la gente que piensa que sus decisiones están mediatizadas por la guardia pretoriana de su partido –la que va de José María Aznar a Ángel Acebes, pasando por Esperanza Aguirre y tutti quanti– y que él no tiene redaños para imponer su propia línea. Trata de salvar la cara como sea, pero lo hace de manera bastante chapucera y se le nota mucho.
Su decisión de poner a Mayor Oreja al frente de la candidatura del PP a las elecciones al Parlamento Europeo tiene un indudable interés político. Si algo no se le puede negar al exministro del Interior de Aznar, multifracasado aspirante a la presidencia del Gobierno vasco, es su identificación con la extrema derecha. El proceso electoral europeo nos permitirá saber qué parte de la derecha española siente una inclinación natural por el fanatismo y qué parte de esa misma derecha es más moderada, tolerante y civilizada, lo que la desaconsejará votar al personaje en cuestión. (Recordemos, a modo de ejemplo, pequeño pero representativo, la fascinante inclinación del renovado candidato europeo por drogar a los inmigrantes ilegales con haloperidol para expulsarlos de España con más comodidad.)
Supongo que quien mas habrá celebrado la decisión de Rajoy, siempre pusilánime, es el político destinado a ser el principal oponente de Mayor Oreja en las urnas de junio, Juan Fernando López Aguilar. Como se decía en tiempos: así se las ponían a Fernando VII. O sea, a huevo.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (9 de enero de 2009).