Federico Jiménez Losantos ha empezado su conflicto con la Conferencia Episcopal por el punto en el que arranca sus conflictos toda persona realmente importante: ya lo ha puesto en manos de sus abogados. Los demás mortales, cuando nos vemos en líos de leyes, nombramos a un solo abogado y a regañadientes. De lo que no corremos peligro con Jiménez es de que designe un portavoz: por nada del mundo se perdería la ocasión de cacarear sobre sí mismo.
Lo que no sé es qué van a hacer sus abogados. Porque él ha dejado muy claro con el paso de los años su concepción sobre las relaciones laborales. Contratar a alguien, dice, no equivale a desposarlo y un despido no es un divorcio. Una cierta cantidad por año trabajado, una indemnización en el caso de que el despido sea declarado improcedente y poco más. Pero Losantos no está dispuesto a que su paso merezca el mismo trato que el de los demás mortales. Él sabe la importancia política, social y hasta laboral que tendrá su lejanía de la Cope: “Los obispos no saben lo que quieren. Sin mí, la Cope se va a freír espárragos”, “Si la propiedad quiere arriesgar el futuro de 900 familias, será su decisión”, etc.
Pocos dudan de que la salida de Losantos de la Cope supondría un buen bofetón para el chiringo de los obispos, pero tampoco de que entre Losantos y Pedro J. Ramírez tardarían bastante tiempo en consolidar una nueva red radiofónica. Una Cope, con las alas cortadas en la TDT en Madrid y Valencia, quedaría desinflada. Y una cadena con tan pocos puntos fuertes tampoco daría demasiado juego.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (19 de abril de 2009).