La Comunidad Valenciana ha decidido no seguir prestando atención médica gratuita a los prejubilados británicos. Cuando caduquen sus tarjetas sanitarias, tendrán que elegir entre pagarse un seguro médico o abonar directamente el precio de las prestaciones que reciban.
Así dicho, suena feo. Pero, visto el asunto más de cerca, bien podría decirse que es lo menos que cabía hacer.
El CIS pregunta sistemáticamente a la ciudadanía autóctona por “el problema de la inmigración”. Pero los datos demuestran que la inmigración extranjera en edad laboral aporta a nuestra colectividad bastante más de lo que recibe de ella. Incluso recurre menos a los servicios de la Sanidad pública que la población aborigen.
Pero en España no hay una sola inmigración. Está la pobre, procedente del Tercer Mundo, pero también está la rica. Ésta se compone, casi en su totalidad, de jubilados que vienen de la Europa fría escapando de las malas condiciones climatológicas de sus países de origen para pasar en nuestras costas cálidas lo que les queda de vida. (Una decisión muy inteligente porque, según me comentó uno de ellos, sólo con lo que se ahorran en calefacción pueden vivir varios meses aquí.)
Los cálculos más modestos dicen que son ya más de un millón. Apenas aportan nada –casi todo lo que consumen, paellas aparte, es de importación– pero absorben una pasta gansa en toda suerte de servicios, incluyendo, muy especialmente, los sanitarios. Id de visita a cualquier hospital de la costa mediterránea, de Baleares o de Canarias, y preguntad cuántas camas están ocupadas por ancianos de la Europa del Norte. Y qué proporción de intervenciones quirúrgicas los tienen por destinatarios.
Ya sé que sus gobiernos –salvo casos excepcionales, como el de los prejubilados británicos– pagan un tanto por tales servicios, pero eso tal vez compense al Estado español; no, desde luego, a la ciudadanía costera que soporta las consecuencias de la saturación de los servicios sanitarios, la sobrecarga del conjunto de las infraestructuras, el enloquecido consumo de agua... y todo el etcétera restante.
Ahí sí que tenemos un problema real de inmigración.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (1 de julio de 2008).