Se lo oí decir durante la noche electoral a una señora hispano-norteamericana que ha perdido a un hijo en la guerra de Irak: “No tengo ninguna confianza en Obama; es un hombre del sistema. Pero le he dado mi voto porque ya estaba harta de los republicanos”. Un criterio seguramente bastante extendido.
El navío de Obama ha sido llevado a buen puerto por la marea anti-Bush. Millones de ciudadanos de los EE.UU. han personificado en él sus ansias de cambio. Apoyándose en su imagen, su oratoria y su estilo, a la vez brillantes y afables, Obama ha acertado a ser percibido como la negación del desastre de la etapa anterior, sin por ello intranquilizar a los poderes fácticos del establishment norteamericano. “El cambio tranquilo”, que dice él, remedando el eslogan de Mitterrand.
Las esperanzas suscitadas por la elección de Obama no se ciñen al territorio de los EE.UU. Abarcan también de manera ostensible a América Latina, a buena parte de Europa (con España en cabeza) e, incluso, a Palestina.
No le va a ser fácil estar a la altura de tanta expectativa. Porque una cosa es lo que le gustaría hacer y otra lo que podrá hacer. Cabe que se apunte algunos tantos, no sin esfuerzo: cerrar Guantánamo, universalizar la Sanidad, suavizar el embargo económico de Cuba, aminorar las intentonas golpistas en América Latina, mejorar las relaciones con Rusia… y hasta llevarse bien con Zapatero.
Iniciativas de interés, por supuesto. Pero me juego lo que sea a que la acción de Obama no va a alterar el abismo que separa en su país a las clases pudientes de las pobres, a que no va a poner freno a la ambición irrefrenable de su industria armamentista y a la voracidad de sus petroleras, a que no va a embridar al capital financiero, a la vez implacable y pedigüeño, a que no va a imponer el respeto a lo pactado en Kyoto sobre el cambio climático y –finalmente, por no hacer interminable esta relación– a que no renuncia a la obsesión de su antecesor por controlar Afganistán al precio que sea. Eso en el supuesto de que no se decida a atacar Irán.
Lo cual señalo no por ejercer de aguafiestas, sino para que conservemos el principio de realidad.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (6 de noviembre de 2008). También publicó apunte ese día: Con Obama vienen los cambios.