Una jueza de Madrid ordenó hace dos semanas el encarcelamiento sin fianza de siete jóvenes que participaron en una manifestación en solidaridad con la revuelta de los estudiantes griegos y en protesta por el asesinato de uno de ellos. La jueza les acusó de haber tirado piedras y otros objetos contra una comisaría de policía del centro de la capital, incidente que causó la rotura de algún vidrio, pero ningún daño para las personas (salvo para las detenidas, algunas de las cuales sufrieron lesiones de consideración tras la contundente respuesta policial).
Casi nada está claro. No se ha establecido que todos los detenidos participaran en la bronca. Tampoco que no se hubiera infiltrado en el grupo algún agente provocador encargado de iniciar la reyerta para arrastrar a los chavales e implicarlos.
La jueza justificó su inicial orden de prisión apelando a la “alarma social”. Anteayer los puso en libertad sin fianza.
Eso de la “alarma social” es fantástico. ¿En qué consiste? ¿Cómo saben cuándo viene y cuándo se va? Lo que sí he detectado yo durante las últimas semanas es la mucha preocupación que hay en ciertos medios políticos por el auge que están cobrando las protestas juveniles en toda Europa. Con razón: como apuntó lúcidamente El Roto hace poco, en los bolsillos vacíos crecen piedras.
No creo que sea buena idea apedrear comisarías, pero desde el encarcelamiento de los jóvenes de la calle Montera no he dejado de pensar en lo muy distintos que pueden ser los tratos judiciales. ¿Que realizas unas obras ilegales, se te hunden y mueren cinco trabajadores? Hala, a la calle y sin fianza. ¿Que rompes el escaparate de una comisaría? Dos semanas al trullo, y no rechistes.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (25 de diciembre de 2008 en Cataluña; en la edición llamada "nacional" al día siguiente).