Inicia su parlamento un señor muy serio y muy severo durante un debate público, replicando a una idea expuesta por un tercero.
–¡No estoy dispuesto a tolerar…! –arranca, bravío.
–Ah, ¿no? Yo sí –le digo.
Y se lo digo en serio.
En materia de ideas, soy partidario de que se tolere de todo.
Tolerar no equivale a aprobar. Es sólo (en mi caso, que no tengo atribuciones para reprimir, ni ganas) aceptar que, puesto que esas ideas existen, es mejor que se expresen, entre otras cosas para poner a prueba las nuestras. Y tratar con el debido respeto formal a quien las expresa.
Entre las muchas confusiones de conceptos que campan por sus respetos en estos tiempos, una de las más llamativas es la que involucra al término “liberalismo”. Hay diversos tipos de liberalismo, pero lo curioso es que la mayoría de los que se presentan aquí y ahora como liberales no lo son en ninguna de sus variantes. Ni siquiera en la económica: en cuanto te descuidas, reclaman que el Estado intervenga. A su favor, claro. Tratándose de su bolsillo, son intervencionistas a tope.
Que se declaren liberales los patrocinadores de la causa de Esperanza Aguirre –unos días presionante, otros evanescente– es particularmente chocante, si es que no cómico. ¿Liberales ellos, que son de una intransigencia cercana al fanatismo, propia del mismo Tomás de Torquemada redivivo? Se pasan la vida lanzando invectivas y dictando anatemas. Esa gente tiene tanto que ver con el liberalismo como nuestras autoridades económicas con el socialismo.
Liberales, en política, son quienes defienden que las libertades públicas e individuales se extiendan sin obstáculos hasta los límites más amplios, es decir, hasta allí donde su ejercicio podría empezar a lesionar las libertades ajenas. Lejos de ello, la guardia de corps ideológica de Esperanza Aguirre es especialista en lanzarse a degüello contra todo aquel que no la aplaude, y de hacerlo tanto con insidias políticas como personales, sin cortarse un pelo.
Hay una cosa en ellos que es de agradecer: lo bien que prefiguran cómo sería España si tuvieran la sartén por el mango. Se les podrá acusar de lo que sea, pero no de engañarnos.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (22 de abril de 2008).