Un político extranjero de habla hispana fue invitado en Madrid en tiempos de la Segunda República a presenciar un debate que se celebraba en el Congreso de los Diputados. Llamó su atención el brillante y certero uso de la lengua castellana que mostró uno de los oradores. No le fascinó tanto el contenido de lo que decía sino lo bien que lo expresaba. “¿Quién es ese parlamentario?”, preguntó. Y le informaron: “Es Telesforo Monzón, nacionalista vasco”.
Conocí fugazmente a Monzón en San Juan de Luz, en el País Vasco francés, a finales de los años sesenta. No recuerdo si hablaba mejor o peor. A cambio, puedo certificar que otro nacionalista vasco, Carlos Garaikoetxea, es uno de los poquísimos políticos de por estos lares –y los he conocido a cientos– a quien he oído expresarse en lengua castellana ateniéndose a la gramática, respetando el diccionario y fijando con exacta precisión su pensamiento. Luego cada cual decide si está muy, poco o nada de acuerdo con lo que defiende, pero por lo menos le ahorra tener que abrirse paso a través de una selva de incongruencias y tópicos manidos.
Hay en la Villa y Corte (y en sus muy amplios aledaños) un montón de políticos y de sedicentes líderes de opinión que se pasan el día mostrándose heridos en el alma por las supuestas afrentas que los nacionalistas llamados “periféricos” infligen a la lengua española. Lo chocante es que formulan sus quejas en un castellano garrulo, balbuciente y torpe. Si su pretendido aprecio por la lengua española fuera real, no la maltratarían de modo tan grosero.
La explicación es sencilla: simulan que se refieren a los idiomas, pero sólo están haciendo agitación política. Paupérrima, por cierto.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (8 de marzo de 2009).