Me telefonea mi buen amigo Gervasio Guzmán:
–Oye, Javier: ¿tú sabes qué ha estado haciendo el Che Guevara en los últimos diez años?
Me deja perplejo.
–No te entiendo. El Che lleva 40 años muerto.
–Que te crees tú eso. Algo ha debido de estar haciendo, vete a saber cómo, porque los mismos que hace diez años lo ponían por los cuernos de la luna ahora lo tratan de criminal y engañabobos. Y ellos no han cambiado. De haber rectificado, su honradez intelectual les habría obligado a admitirlo y a dar explicaciones.
Le río a Gervasio el sarcasmo.
Todo el mundo remodela sus ideas con el paso del tiempo. Pero no necesariamente para pasarse al bando de enfrente. Es curioso que sean precisamente estos últimos los menos inclinados a dar explicaciones sobre su transfuguismo ideológico y los más dispuestos a pasar de la defensa intransigente de una posición a la apología más agresiva de la contraria. A falta de coherencia, están sobrados de aplomo. El único dato fijo de su trayectoria es el firme convencimiento que exhiben de estar siempre en posesión de la verdad, sostengan un criterio o el contrario.
Por lo general, se trata de gente que no decide sus actos en conformidad con un determinado ideario, sino que primero actúa ateniéndose a sus intereses materiales y luego idea doctrinas que le permitan darse cierta prestancia conceptual. Llama la atención que la fauna intelectual española, siendo de por sí tan escasa, esté tan poblada de estafadores.
Lo más característico de este género de fabricantes de sesudas coartadas prêt-à-porter para uso de terceros –que son los que las pagan– es su extraordinaria capacidad para no dar ni una. Si ayer defendían que algo es blanco y hoy sostienen que es negro, lo más probable es que sea rojo.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (16 de octubre de 2007). Javier lo publicó como apunte (La rígida firmeza en el error). Lo mantenemos allí porque tiene coda y unos cuantos comentarios. Subido a "Desde Jamaica" el 2 de julio de 2018.