Allá por el último tramo de la presidencia gubernamental de Felipe González, se hizo muy común decir y escribir que el entonces jefe del Ejecutivo español tenía tendencias paranoicas. Por el tenor de sus declaraciones, cada vez más crispadas y agresivas, era obvio que se sentía perseguido por casi todos y por todas partes. Aunque no ignoro que la política profesional proporciona fácil acomodo a las mentes paranoides (los ejemplos abundan), yo solía contestar que resulta complicado evaluar el grado de manía persecutoria que puede padecer alguien que está siendo realmente muy perseguido. Porque, coñas aparte, lo cierto es que éramos muchos los que no dábamos tregua a González, unos con más razón, otros con más ambición.
Ahora se perora mucho sobre el supuesto victimismo del lehendakari Ibarretxe, que hoy se sentará en el banquillo de los acusados, junto con algunos dirigentes del PSE-PSOE y de la izquierda abertzale, para ser juzgado por un presunto delito de desobediencia a la sentencia que dejó fuera de la ley a Batasuna. Digo ante esto algo del estilo de lo escrito arriba respecto de Felipe González: ¿cómo determinar cuánto hay de victimismo en alguien que realmente es víctima? A Ibarretxe se le juzga por haberse reunido con Arnaldo Otegi, pero al Gobierno de Zapatero no se le procesa por haberse reunido con la dirección de ETA. ¿Con qué particularísima vara mide la justicia española los actos políticos?
Hay quien afirma que Ibarretxe va a sacar beneficios electorales de este juicio. Ignoro si será así o no. En todo caso, si lo rentabiliza, póngase el resultado en el haber (o en el debe) de los jueces que se han metido en semejante jardín, ellos sabrán por qué.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (8 de enero de 2009).