Insisten los medios de comunicación públicos en conceder a Mariano Rajoy el título de “líder de la oposición”. Pudimos comprobarlo hasta la saciedad en las crónicas de los actos oficiales de la Inmaculada Constitución.
Las radios y televisiones privadas pueden otorgar o retirar los honores que les venga en gana. Las públicas, en cambio, salvo en los espacios específicos de opinión, están obligadas a respetar las formas.
Rajoy es presidente del Partido Popular, primero por la gracia de Aznar y luego porque así lo decidió un Congreso de su grupo. Es presidente del PP: ése es su título oficial.
¿Cabe calificarlo de líder del PP? Habrá quien lo dude, a la vista de que la autoridad que ejerce sobre una buena porción de sus correligionarios es escasa (en parte porque él es de natural dubitativo y en parte porque lo toman por el pito de un sereno), pero, bueno, si uno considera lo del liderazgo en sentido amplio y sin demasiados remilgos, también puede aceptarse que se le presente como líder del PP.
Lo que resulta inadmisible es que se le conceda el título de “líder de la oposición”. En España no hay una sola oposición, sino varias, y nada homologables. Hay fuerzas de oposición a las que Rajoy no podría representar ni aunque quisiera.
El PP es el partido opositor con más amplia presencia parlamentaria, qué duda cabe, pero no es la oposición, es decir, toda la oposición. Hay otros modos de oponerse a la política del Gobierno (el de algunos nacionalistas, el de fuerzas de izquierda ajenas al PSOE) que Rajoy no encabeza en absoluto.
Aludan a él los medios públicos por lo que es, sin más, y déjense de fomentar el bipartidismo a cargo del erario, que Hacienda somos todos.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (11 de diciembre de 2008).