¿En qué nos parecemos el ministro de Economía y yo? Aparte de la barba blanca y el aspecto de aburridos, en que ninguno de los dos tenemos ni pajolera idea de lo que va a suceder en la economía española durante los próximos meses.
¿En qué nos diferenciamos? En la tira de cosas, pero algunas muy obvias. Una: en que yo no hago como si lo supiera, razón por la que me abstengo de formular previsiones, con lo que me ahorro el ridículo subsiguiente. Dos: en que no adopto un aire profesoral, como si la Ciencia fluyera de mis labios con la misma naturalidad que el Ebro nace en Fontibre, y admito que la realidad presenta tantas indeterminaciones que ya las quisiera para sí el famoso aleteo de la mariposa. Tres: en que él pretende que tiene a toda la ciudadanía en el corazón y que tanto le da el banquero que el inmigrante, en tanto que yo admito que no simpatizo nada con los banqueros –sobre todo con ésos que anuncian con una sonrisa de oreja a oreja que tienen previsto seguir forrándose en medio de la crisis– y, en cambio, me siento muy del lado de los inmigrantes. Lo cual tal vez se explique porque yo no milito en el PSOE, con lo cual no tengo ninguna obligación de ser ni socialista ni obrero.
Pedro Solbes no es un ignorante, ni mucho menos. Lo que le sucede es que ha asumido una política que limita al extremo la capacidad de los poderes públicos para influir en la marcha de la economía, lo que lo convierte, en muy buena medida, en espectador pasmado de lo que los especuladores de toda suerte se dedican a hacer, sin apenas capacidad para intervenir en ello, como estamos comprobando con el alza continua y desbocada de los productos energéticos. Por razones de imagen, está obligado a hacer como si supiera y como si pintara, pero sabe poco y pinta menos. Se mueve a tientas.
Los estados europeos han decidido abstenerse de censurar los movimientos de las oligarquías económicas y reservan sus poderes para reprimir a los humildes y a los rebeldes: Schengen, directivas contra la inmigración... Libre circulación de capitales; control refractario de las personas.
Es una opción. De acuerdo. La mía es exactamente la contraria.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (30 de junio de 2008). También publicó apunte ese día: ¿Todos con España?