La detención de Garikoitz Aspiasu, Txeroki, es importante, pero no decisiva. Parece que era una pieza de valor dentro del engranaje de ETA –ya se verá en qué medida– pero, por lo que han declarado quienes lo han tratado y por lo que se lee en la correspondencia intervenida a sus receptores, cabe considerarlo cualquier cosa menos un ideólogo o un estratega. ETA puede sustituir en pocos días a alguien como él por otro como él: igual de tosco en su preparación intelectual, igual de irreflexivo, igual de fascinado por el gatillo.
Txeroki es representativo de la actual hornada de dirigentes de ETA, ascendidos en cosa de nada desde el activismo callejero a la cúspide de la organización. Gente cuya idea directriz quedó reflejada de manera bien transparente en su último comunicado: están convencidos de que pueden doblegar al Estado español a base de “poner muertos sobre la mesa”, delicada expresión que se atribuye al propio Aspiasu. Es una estupidez, pero es una estupidez que puede seguir trayéndonos no pocas desgracias durante todavía bastante tiempo.
De todos modos, y aunque la actual deriva de ETA pueda parecer una caricatura (y de hecho lo sea), convendrá recordar que responde fielmente a una pauta histórica, presente desde los mismos inicios del grupo armado, allá por los sesenta del siglo XX: cada vez que cuaja en su interior un grupo de dirigentes que piensan y se muestran medianamente razonables, irrumpe otro grupo, más impulsivo, menos dado a la lectura y muchísimo menos escrupuloso, que lo quita de en medio. A veces incluso a punta de pistola.
Así sucedió con la última tregua. Y así volverá a pasar una y otra vez, con tregua o sin ella. Es la maldición de ETA.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (18 de noviembre de 2008). También publicó apunte ese día: El deterioro.