Cuando oí declarar a los portavoces del PP que contaban con ideas innovadoras para luchar contra el paro, jamás imaginé que entre ellas ocupara un lugar preferente el desarrollo intensivo del sector del espionaje político. Por lo que se va conociendo, cada uno de los líderes del PP (sobre todo de Madrid, aunque no haya que descartar la metástasis) lleva por detrás un puñado de espías dedicados a controlar adónde va y con quién se ve, sea en público o en privado.
Suele decirse que la información es poder. El axioma tiene varias interpretaciones, pero todas igualmente válidas. No sólo es aplicable al conocimiento de los elementos objetivos de tal o cual aspecto de la realidad, sino también al control de los entresijos ocultos de quienes ejercen de rivales en una u otra pugna. Es muy importante saber qué pretenden bajo capa, con quién negocian subrepticiamente, de qué medios disponen digan lo que digan… y, ya de paso, todas sus debilidades inconfesables: con quiénes mantienen relaciones sexuales no reconocidas, si se dejan en las mesas de juego los dineros de los que carecen, si engañan a la Hacienda pública, si viajan a Suiza con mosqueante frecuencia, etc.
Esto de los seguimientos, las escuchas, los informes y los dossiers es más viejo que la pana. Han recurrido a ellos desde los tiranos romanos hasta los mandamases soviéticos, británicos y estadounidenses del pasado más reciente. Aquí hemos tenido curiosos representantes del fenómeno (a escala, por supuesto). Durante los ochenta, Alfonso Guerra no paraba de recopilar información confidencial sobre tirios y troyanos, aunque él mismo ejerciera de troyano.
Miradlo desde ese punto de vista: crean puestos de trabajo.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (23 de enero de 2009).