Tanto la patronal CEOE como el director del Banco de España, el sedicente socialista Miguel Ángel Fernández Ordóñez, defienden que aquí debería abaratarse el despido, porque eso contribuiría a generar empleo. ¿Y a qué pruebas se remiten para avalar semejante tesis? A ninguna. Está claro que, si se redujeran las indemnizaciones por despido, la patronal se ahorraría una pasta, pero nada la obligaría a invertir ese dinero en la creación de nuevos puestos de trabajo. De hecho, la pretensión encierra un contrasentido: ¿despedir para contratar? A no ser que la gracia consista en poner en la calle a trabajadores con derechos consolidados para crear empleos basura.
Me lo comentaba hace un par de días un amigo que, por paradójico que parezca, es empresario: “En donde más barato resulta el despido es en EE.UU., donde a los empleadores les sale casi gratis reducir plantilla. Bueno, pues, pese a esa facilidad de despido, allí el paro está creciendo a la misma velocidad que aquí, o a más. No hay nada que demuestre que abaratar el despido ayude a crear empleo. Es un sofisma. Para lo único que sirve jibarizar las indemnizaciones es para que no mengüe la cuenta corriente de los capitalistas.” (No les sorprenda que un empresario argumente así: yo conozco a algunos muy raros.)
Resulta esperpéntico todo este personal encumbrado que proclama con verbo solemne que de la crisis “debemos salir entre todos, sacrificándonos”, pero que luego sólo salen… entre ellos. Casi siempre a comer o a cenar en un buen restaurante. O a darse un garbeo en el yate.
¿“Sacrificándonos todos”? Ellos no se sacrifican nada. Nunca. No hay más que ver cómo viven. ¿Tienen pinta de sacrificados?
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (14 de febrero de 2009). También publicó apunte ese día: Un cuento de San Valentín.