La publicidad no puede ser juzgada por su sagacidad o su pertinencia. Cada cual es libre de considerar que tal o cual anuncio es inteligente o estúpido, o que lo que propone tiene mucho sentido, poco o ninguno. A lo único que tienen que someterse los anunciantes es a la ley, que tasa los casos en los que los reclamos no son aceptables, porque incitan a la violencia, al racismo, al machismo o a cualquier otro menoscabo de los derechos humanos.
Los carteles que pasean algunos autobuses urbanos de varias ciudades europeas anunciando que “Probablemente Dios no existe” me resultan divertidos, aunque superfluos. En todo caso, nada ofensivos. Juzgo desde muy joven que la existencia de Dios es una hipótesis no sólo improbable sino también innecesaria, pero quien quiera pensar lo contrario y proclamarlo a los cuatro vientos (eso sí: pagando; no cobrando, como Rouco) que lo haga, que me dará igual.
Dicen los portavoces del PP que algunos ponemos de actualidad este tipo de historias para distraer a la población “del problema fundamental, que es la crisis económica”. Pues no. A quien no tiene para llegar a fin de mes nadie lo deja pasmado con espejitos y abalorios. Sucede que no hay nadie que se pase 16 horas al día hablando “del problema fundamental”. De vez en cuando, trata de otras cosas. De la existencia o inexistencia de Dios, por ejemplo, si le apetece. O de lo guapo que es Fulano. O del mejor modo de conseguir que el aloe vera crezca radiante en el balcón de casa. Yo mismo a veces comento alguna jugada de Leo Messi, y juro que no lo hago para distraer a nadie “del problema fundamental”.
Añadamos a eso que está perfectamente demostrado que Leo Messi existe.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (15 de enero de 2009).