Prosigo mis indagaciones veraniegas sobre el ser de España, como concepto ontológico. El camino está erizado de dificultades –todavía más con este calor–, pero algo voy avanzando.
Lo primero y principal que he constatado, ciñéndome siempre al más estricto empirismo, es que la españolidad de las cosas y las personas no posee un carácter objetivo. En contra de una idea frívola muy extendida incluso por diccionarios y enciclopedias, nada ni nadie es español al 100% por el mero hecho de cumplir los requisitos establecidos por la ley. La españolidad no sólo admite grados, sino también calidades, como demuestran quienes distinguen a la perfección a los “buenos españoles” (también llamados “españoles de bien” o, alternativamente, “españoles bien nacidos”) de los “malos españoles” o españoles “mal nacidos”. Ser español no es como ser talabricense, que te viene de nacimiento y ahí te las apañes, sino que exige también un camino vital de perfección que no está al alcance de cualquiera.
La existencia de grados dentro de la españolidad viene demostrada igualmente por los destilados de pureza cultural en los que se manifiesta. Así, parece que hay general acuerdo en que la guitarra y las castañuelas son “españolísimas”, al igual que la mantilla, la eñe y el toro de Osborne (de los españolísimos Osborne, incluido el propio Bertín, que en realidad se apellida Ortiz, como casi todo el mundo hoy en día), pero a pocos se les ocurriría decir que son “españolísimos” el flabiol, la alboka o el picu montañés, por ejemplo. Como españoles, lo son a machamartillo, y que no rechisten, pero para ser “españolísimos” necesitarían un plus que jamás estará a su alcance.
Pasa lo mismo con las personas. ¿A quién se le ocurriría decir que Núria Espert es “españolísima”? A cambio, ¿quién le negaría ese título a Lola Flores, o a Rocío Jurado?
Todo conduce a pensar que España funciona como si se tratara de un club con dos tipos de socios, una parte de los cuales, aunque paga sus cuotas como el que más, apenas cuenta a la hora de conformar la identidad del conjunto.
Tal vez sean españoles, pero no españoles-españoles, como el café-café.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (11 de agosto de 2008). También publicó apunte ese día: Atribución de fuentes.