Me pregunto sobre los sentimientos contradictorios que deben tener en estos momentos muchos militantes de base del PP de Euskadi. Sin duda alguna, estarán contentos de haber desalojado a los autodeterministas (la gran mayoría de ellos nacionalistas) que han gobernado las Vascongadas durante 30 años. Pero, a la vez, también es evidente que deben sentirse hondamente desconcertados a la vista de que el mismo partido del que hasta hace un mes decían pestes, ahora resulte ser un dechado de virtudes. Patxi López era Lopezerretxe, el PSE-PSOE estaba loco por aliarse con el PNV y a ellos nos les iba a quedar más remedio que seguir como siempre, es decir solos y preteridos. Pero resultó que a López le salieron otras cuentas que le permitían no ir de segundón en ningún gobierno presidido por Ibarretxe y dio el giro de timón, para el que le resultaba imprescindible el PP.
El PP de Euskadi –lo he recordado muchas veces– no es como el del País Valenciano. En la Costa Blanca, buena parte de los pequeños y medianos empresarios sabían de los chanchullos en los que se apoyaba el gremio del ladrillo, pero no tenían ningún interés en denunciarlo, porque participaban de él cada uno a su escala. En cambio, el apartamento de las zonas más sensibles del poder autonómico, tras las veleidades pro Mayor Oreja de Nicolás Redondo Terreros, que dieron al traste con el último Gobierno Ardanza, los de Basagoiti no se han llevado mucho, pero tampoco han podido trincar demasiado.
Por resumir: que un tanto esquizofrénicos sí que tienen que estar.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (3 de abril de 2009).