Nadie en España propone que haya leyes que autoricen a matar niños. Siendo así, resulta extravagante y demagógico poner en el mismo plano a un niño que gatea y a un lince, como hace la Conferencia Episcopal Española (CEE) en la campaña que ha iniciado contra la ampliación del derecho de las mujeres al aborto.
Cada cual es muy dueño de considerar, en razón de sus creencias religiosas particulares, que la fecundación de un óvulo por un espermatozoide da origen inmediato a una persona plena de derechos, pero debería preguntarse por qué el único estado del mundo que lleva esa posición a sus últimos extremos es el Vaticano (donde, por cierto, no nacen niños). A la vez, parece incongruente que la CEE no exija a los padres católicos que realicen exequias fúnebres por todos los embriones que son expulsados de los vientres maternos por causas naturales. Sería lo coherente.
Añadamos a eso, ahora ya con referencia a personas adultas, que la Iglesia Católica, si bien se muestra cada vez más crítica con la aplicación de la pena capital, todavía no la condena del todo, ni repudia a los gobernantes que recurren a ella. De hecho, la pena de muerte fue legal en la Ciudad del Vaticano entre 1929 y 1969.
De haber querido establecer una comparación válida, en el cartel de la CEE deberían haber figurado la foto de un embrión humano y la de un embrión de lince. Pero algo debió de decirles que el conjunto iba a quedar tirando a surrealista.
Lo peor es que el pastón que se va a gastar la CEE lo sufragamos entre todos, gracias al Gobierno.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (18 de marzo de 2009). También publicó apunte ese día: Gracias.