Las dos excusas esgrimidas por la Casa del Rey para afrontar el escándalo producido por las declaraciones de la reina Sofía contenidas en el libro de Pilar Urbano La reina muy de cerca son igual de inverosímiles.
Alega el comunicado oficial, en primer lugar, que lo dicho por la reina a Urbano formaba parte de una conversación desarrollada “en el ámbito privado”. Es absurdo. En La Zarzuela sabían que la quincena de encuentros que la veterana periodista valenciana tuvo con Sofía de Grecia estaba destinada a la redacción de un libro. La autora dice que incluso hizo llegar copia del manuscrito a la propia reina, al jefe de la Casa del Rey y al secretario de la reina para que lo revisaran, cosa que no me cuesta creer, porque es así como funciona este tipo de libros.
La segunda excusa, formulada en términos deliberadamente confusos, pretende que el libro no recoge “con exactitud” lo declarado por la reina. Yo conozco a Pilar Urbano. Está muy curtida en estas lides. Pudo tomar nota equivocada de una fecha o de un nombre, pero no del contenido de una afirmación polémica.
A mucha gente le ha escandalizado el talante ultrarreaccionario de las opiniones de la reina. A mí no. Tanto su tosca profesión de fe creacionista como su cerrada oposición al aborto y a la eutanasia, su desprecio del orgullo gay o su descalificación de los matrimonios entre personas del mismo sexo, me cuadran muy bien con la idea que me hacía de ella.
Lo que chirría más no es que piense así, sino que lo diga, metiéndose a sentar cátedra en asuntos que o bien son materia de debate social o bien están regulados ya, sólo que en sentido contrario, por leyes que su propio marido ha refrendado. A quienes están en lo más alto de una monarquía constitucional se le exigen pocas cosas, pero una, imprescindible, es que mantengan una estricta neutralidad política. Es decir, que habría estado mal que la reina se manifestara sobre estos asuntos en todo caso, así lo hubiera hecho como la más progre de su barrio.
Lo que me ha hecho más gracia es que diga que ella está obligada a callar muchas de sus opiniones. No quiero ni imaginarme qué soltaría si no se reprimiera.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (1 de noviembre de 2008).