Un periodista pregunta a la portavoz del Ejército israelí, Avital Leibovich: “¿Sus fuerzas armadas están utilizando en Gaza proyectiles con fósforo blanco?”. Respuesta: “Ningún ejército del mundo proporciona información de ese tipo. Afirmo, eso sí, que toda la munición de la que nos servimos se atiene a las leyes internacionales”.
La respuesta es artera. Primero, porque hay tipos de bombas que no están aún prohibidas porque son de reciente invención. Dos médicos noruegos –los únicos europeos que trabajan en la ciudad de Gaza– han dado cuenta de la utilización por el Ejército de Israel de un nuevo tipo de explosivo, que dispara pequeñas bolas de carbono que contienen tungsteno, cobalto, níquel y hierro. Su radio de acción es limitado, pero sus efectos, devastadores. A quien le pille su estallido a dos metros o menos, le parte el cuerpo en dos. A ocho metros, le sesga las piernas. A algo más de distancia, le provoca hemorragias internas muy graves, con derivaciones cancerígenas. Son proyectiles que, según estos doctores, pertenecientes a la ONG noruega Norwac, Israel está lanzando sobre zonas de población civil.
Lo de las bombas con fósforo blanco es otra historia. Los expertos debaten si cabe aceptar su utilización en campos de batalla, como elemento de camuflaje, para ocultar el movimiento de tropas. Lo que en todo caso resulta aberrante es descargarlas sobre pueblos o ciudades. Lo hizo el Ejército estadounidense en 2004 en la toma de Faluya. Y, según testimonios periodísticos de reconocida solvencia, lo está haciendo ahora el Ejército de Israel en Gaza.
Recuerdo que fueron precisamente bombas de fósforo blanco las que lanzó la Luftwaffe nazi para arrasar Gernika.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (16 de enero de 2009).