Colombia es la excepción. Basta contemplar el actual mapa político de América del Sur para comprobarlo: todos los estados del subcontinente se han ido reorientando hacia fórmulas reformistas, de línea más o menos socialdemócrata o socialista, en tanto que la Colombia de Álvaro Uribe sigue en sus trece ultras, erre que erre.
Colombia no es sólo una excepción; es también un perfecto escándalo. Su clase dirigente se ve, día sí día también, involucrada en denuncias de terrorismo de Estado y corrupción. El más llamativo ha sido el rocambolesco caso de Mario Uribe, primo del presidente, que el martes intentó pedir asilo político en la embajada de Costa Rica en Bogotá para escapar de la acción de la Corte Suprema, que lo persigue (no le ha quedado más remedio) por su implicación en la violencia paramilitar. Pero lo del primo presidencial no tiene demasiado de extraordinario: en situación pareja está casi todo el entorno político de Uribe, empezando por la presidenta del Senado y acabando por el hermano de la hasta hace poco ministra de Exteriores, pasando por un montón de senadores, congresistas y muchos otros mandos políticos, nacionales y locales.
Visto el caso desde aquí, lo que merece una reflexión especial es que ese régimen, impresentable desde cualquier punto de vista (desde cualquier punto de vista honorable, quiero decir), sea tratado con tanta delicadeza y comprensión por Occidente, o sea, por Washington y la UE. A otros dirigentes latinoamericanos democráticamente electos, como Chávez, Morales o Correa, se les vigila, zahiere y ridiculiza a la más mínima, pero a Uribe se le pasa en silencio todo, incluso cuando decide que sus Fuerzas Armadas invadan otro país para dar golpes de mano netamente ilegales.
¿Cómo puede explicarse tamaña desigualdad? Apelando a una razón que ya se ha convertido en un clásico de las citas: “¡La economía, estúpidos, la economía!”. Los gobiernos del Primer Mundo, las instituciones financieras, las multinacionales y los emporios multimedia no saben ni de filosofías ni de declaraciones universales: se limitan a hacer cuentas. Y mientras otros se las complican, Uribe se las facilita.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (25 de abril de 2008).