Todos los días, tropecientos periodistas españoles escriben o dicen de alguien que es un icono. De lo que sea. Que si van a difundir un documental sobre los iconos del western, con Clint Eastwood en el papel de icono estelar; que si Marilyn Monroe se convirtió en un icono del pop gracias a Andy Warhol (otro icono); que si Almodóvar es un icono del nuevo cine español…
Antes se hablaba de personajes de culto, de ídolos, de emblemas, de mitos, de símbolos. Nada del otro jueves, pero por lo menos era castellano; no un rebote absurdo del inglés.
El sustantivo “icono” tiene cuatro acepciones registradas en el DRAE: o es una representación religiosa propia de las iglesias cristianas orientales, o es una tabla pintada con técnica bizantina, o es un signo que mantiene semejanza con el objeto representado (como en ciertas señales de tráfico, por ejemplo), o bien, y en informática, es una representación gráfica esquemática que sirve para identificar ciertas funciones o programas.
No veo yo que Marilyn Monroe encaje en ninguna de esas posibilidades. Podría albergar ciertas dudas con respecto a Pedro Almodóvar, pero, tratándose de Marilyn, ninguna.
Sobrepasemos la anécdota e indaguemos en la categoría: ¿por qué tanto profesional de la comunicación se empeña en hablar y escribir imitando acríticamente a quienes lo rodean (o a sus jefes), recurriendo a los mismos latiguillos, barbarismos y frases hechas, sin preguntarse siquiera si lo que está diciendo o escribiendo se da de patadas con el diccionario y con la gramática?
Respuesta: porque para considerar de modo crítico el lenguaje hay que empezar por ser crítico, en general. Y eso, en estos tiempos, se lleva poco y mal.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (26 de febrero de 2009). También publicó apunte ese día: Curiosidad futbolística.