El superordenador Hal, de 2001, Odisea del espacio, se rebela con uñas y dientes cuando detecta que un humano trata de desactivarlo. La máquina se pone al servicio de una tarea a la que asigna prioridad absoluta: sobrevivir.
La reacción de Hal retrata muy bien el comportamiento de otros aparatos también inhumanos, como son los burocráticos. La función más importante que asume toda estructura burocrática es asegurar su supervivencia, aunque ninguno de sus componentes individuales se lo haya planteado nunca en esos términos. El aparato tiene como meta principal sobrevivir, lo que le mueve a hacer cualquier cosa con tal de parecer imprescindible a quienes pudieran considerarlo prescindible. (Dicho sea de paso, éste es un comportamiento detectable tanto en organismos públicos como en empresas privadas.)
Pongamos, por ejemplo, que se planteara que el Estado español tiene unas fuerzas de Defensa de tipo convencional (con sus aviones, sus tanques, sus portaviones y todas esas cosas) desproporcionadamente caras, que pintan muy poco en estos tiempos de crisis y aún menos habida cuenta de que España no parece que corra el peligro de ser agredida por un ejército extranjero en los próximos años, una vez superada felizmente la crisis del islote Perejil. Lógica reacción, tipo Hal, del aparato: empieza a buscarse a toda velocidad utilidades ajenas a su ámbito de competencias, para parecer útil.
Estoy seguro de que esa necesidad de supervivencia burocrática influye no poco en las ganas de participar en misiones de teórica paz y de reconstrucción de infraestructuras, de servicios contra incendios, de reparto de agua en zonas de sequía, etc., que asumen últimamente sin parar las Fuerzas Armadas españolas por medio mundo. No cuestiono la utilidad de las tareas, que pueden ser todas ellas muy nobles. Digo que no son propias de soldados, sino de trabajadores de otras profesiones, que para eso existen, se estudian y se ejercen.
Si España tiene un muy costoso ejército que, según nos cuentan, sirve para un montón de cosas, pero casi ninguna específicamente castrense, ¿no valdría la pena replantearse esa onerosa partida presupuestaria?
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (6 de septiembre de 2008).