Todavía me acuerdo del día, hace casi veinte años, en el que una amiga donostiarra me dijo en medio de una apetitosa comida: “¡Jo, Javier, pero es que todo eso que me cuentas de los Balcanes es un lío!”. Traté de explicarle que ya venía siendo un lío desde mucho antes de que ella y yo hubiéramos nacido, pero pronto me di cuenta de que hablarle de Macedonia, Kósovo, Bosnia, Croacia y Serbia (que por entonces aún escribíamos con uve, y con razón) no servía para nada.
Ella me lo dejó claro en seguida: “Llevo toda la vida orientándome en política internacional sin ningún problema. Doy por hecho que EE.UU. nunca tiene razón, o sea, que quien se enfrente a EE.UU. es el que merece mi apoyo”.
Sentenciado lo cual, engulló una gamba roja con sonrisa beatífica y se quedó mirando con gesto de amable displicencia el mapa de los Balcanes que yo había ido trazando en una servilleta de papel.
Como para hablarle de los jemeres rojos. O de Jomeini. O de Gadafi. O de Corea del Norte. O de Karadjic. O de estos gobernantes chinos de ahora, que organizan ceremonias inaugurales olímpicas de una perfección tan pétrea, tan 1984, que dan pavor, aunque enseguida demuestren que son tan falibles como cualquier otro mortal (“General, tu tanque es poderoso, pero tiene un defecto: necesita un conductor”, les advirtió hace muchos decenios el comunista Bertolt Brecht).
Como para hablarle a mi amiga donostiarra de Osetia. Iparralde o Hegoalde.
El error de mi amiga no fue reducir todos los conflictos internacionales a un esquema, sino reducirlos a un esquema erróneo. Si hubiera mirado el mapa del Cáucaso y me hubiera dicho: “Ya veo que todo es muy complejo, y que si patatín y que si patatán, y que Tbilisi fue conocido por Tiflis, y que Stalin, al que llamaban Koba, anduvo por allí organizando huelgas y atracos... pero ¿cuál es la clave del follón que se está produciendo ahora mismo?”.
A lo cual habría podido responderle con un esquema tan simple como el suyo, si es que no más: “¡La economía, estúpida, la economía! Sigue el rastro de los oleoductos. Eso es todo.”
Petróleo. Gas.
Hay más historias, claro. Pero humanas. Perfectamente prescindibles.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (12 de agosto de 2008). También publicó apunte ese día: Los ocho de Burgos.