Visto desde la distancia, el fenómeno que representa la permanencia en el cargo del presidente de la Diputación de Castellón, Carlos Fabra, no es fácil de entender. ¿Por qué el PP cierra filas de manera tan cerril en defensa de un individuo al que no hay por dónde coger? Fabra es faltón y desagradable (recordemos con qué contundencia suele arremeter contra los oponentes que lo critican y contra los periodistas que le hacen preguntas incómodas), pero es, sobre todo, un político de fortuna tan problemática como nebulosa. Lo último que ha revelado la investigación judicial a la que está sometido es que entre 1999 y 2004 ingresó seis millones de euros de origen ignoto que olvidó consignar en su declaración de la renta. Se dice de él lo mismo que se decía del exalcalde marbellí Julián Muñoz: que se parece al aloe vera, porque cada dos por tres se le descubren nuevas propiedades. Sin embargo, la dirección del PP da la cara por él sin desfallecer, llenándolo de halagos.
Llegué a pensar que Fabra tenía a varios mandamases de Génova cogidos por salva sea la parte –y no descarto que así sea–, pero hay otros elementos de juicio que merecen consideración. Uno, bien importante, es que en la Comunidad Valenciana el electorado o no castiga, o castiga mínimamente, o incluso premia, a los responsables políticos encausados por corrupción. Casi tres de cada cuatro alcaldes o cargos de relevancia que fueron procesados durante la anterior legislatura por escándalos económicos han vuelto a ser elegidos en los últimos comicios, no pocos de ellos con porcentajes de votos superiores a los logrados en las urnas anteriores. De modo que lo de Fabra no tiene nada de excepcional. Más bien puede considerarse ejemplar.
De lo que Fabra se nutre es de una tupida red de complicidades, que le viene de muy antiguo: tanto su padre como su abuelo, su bisabuelo, los hermanos de su bisabuelo y su tío-tatarabuelo fueron también presidentes de la Diputación castellonense. La familia Fabra lleva haciendo y recibiendo favores por la Plana desde tiempo inmemorial.
El clientelismo hace maravillas electorales, y la dirección del PP lo sabe.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (3 de octubre de 2008).