Según un estudio elaborado no hace mucho con un montón de avales académicos, siete de cada diez españoles no tienen ni el más mínimo interés por la política. Admiten sin rubor que no le prestan ninguna atención. (Por los comentarios que tengo oídos yo en las barras de algunos bares, me da que hay otro diez por ciento suplementario que cabría sumar a ese setenta: el integrado por quienes hablan como si supieran, cuando es obvio que no tienen ni pajolera idea.)
Pongo el dato en relación con otro que procede del mismo trabajo demoscópico: casi nueve de cada diez españoles consideran que la democracia es preferible a cualquier otro sistema de gobierno.
Lo que me sugiere tres reflexiones básicas.
Primera.– Considerando el ínfimo conocimiento de la materia que reconocen tener esos siete de cada diez, ¿cómo tomarse en serio sus opiniones sobre los sistemas de gobierno? Es como si alguien empezara diciéndonos que no sabe nada de fútbol y acto seguido afirmara que el sistema táctico de Luis Aragonés, alias El sabio de Hortaleza, alias Zapatones, es el mejor que se ha conocido en España en los últimos 50 años. Una vez que alguien admite que no sabe de algo, ¿por qué opina?
Me consta que es una costumbre generalizada, muy parecida a la de ésos que te dicen de tal novela o de tal otra que es “muy buena” cuando ellos mismos no saben ni redactar el texto de una postal. Pero no por ser un vicio muy común resulta menos disparatado.
Segunda.– Si siete de cada diez ciudadanos españoles admiten con total naturalidad que no tienen interés alguno en participar en la res publica –ni siquiera en saber de qué va–, ¿a cuento de qué defienden un sistema que se basa teóricamente en la participación de los ciudadanos? ¡Están a favor de la democracia, pero hacen lo posible para que funcione la oligarquía (o sea, el gobierno de unos pocos)!
Tercera.– Y, si no les interesa la política y proclaman impúdicamente que su ignorancia sobre lo que se decide en ese terreno es abrumadora, ¿por qué y para qué diablos votan? ¿En función de qué lo hacen?
Con una aplastante mayoría como ésa, parece razonable que nuestra vida política esté como está.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (29 de agosto de 2008).