Las retransmisiones deportivas, sobre todo las de fútbol, están consolidando una exótica y peculiar jerga, que deambula entre el desprecio por el diccionario y el uso abrumador de tópicos insufribles.
Veamos. ¿Por qué cuando un jugador se adelanta a otro ya no se anticipa a él, como sucedía hace apenas unos años, en plan pronominal, sino que “lo anticipa”? ¿Por qué ya nadie quita el balón al contrario, sino que “le roba la cartera”? ¿Por qué ahora los defensas ya no consiguen sacar la pelota del área propia, sino que “salen de la cueva”? ¿Por qué los delanteros ya no se preparan para tirar a puerta, sino que “arman la pierna”? ¿Por qué no paran de precisar que lo que acaban de afirmar lo han hecho “entre comillas”? ¿Por qué ya nadie mejora, sino que “crece”? ¿Por qué ahora los partidos se “leen”? ¿Por qué la mayoría de los locutores, en plan anglófilo, habla de jugadas “de estrategia”, cuando se trata de meros ardides tácticos? ¿Por qué los árbitros ya no memorizan lo hecho por tal o cual jugador, sino que “se quedan con la matrícula”? ¿Por qué cuando un futbolista le devuelve una patada a otro le “pasa factura”? ¿Por qué odian los artículos y nos cuentan que Fulano ha recibido un golpe, pongamos por caso, “en su rodilla izquierda” (o, alternativamente, “en esa rodilla izquierda”), en lugar de decir “en la rodilla izquierda”, ya que Fulano ni tiene varias rodillas izquierdas ni podría haber recibido la patada en la de otro? Y, sobre todo, ¿por qué concursan entre ellos para ver quién es capaz de clamar “¡Gooooooool!” más veces y durante más tiempo, como si tuvieran el deber de atronarnos al máximo, en lugar de informarnos de los detalles de la jugada?
A saber.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (31 de enero de 2009). También publicó apunte ese día: Deporte y lenguaje.