Hace semanas que no oigo ninguna crónica de Bolsa en la que no se utilice el término “volatilidad”. Para estas alturas, la volatilidad bursátil forma parte ya del inventario de los tópicos periodísticos de obligado cumplimiento, en dura competencia con las sequías pertinaces y los espectáculos dantescos. Se habla de “volatilidad” como mero eufemismo, para no decir descontrol o, más directamente, caos. Queda más técnico.
Dentro de la actual crisis financiera internacional (¿o debería escribir “turbulencias”, para parecer que sé más de economía?), se están produciendo fenómenos que llaman mucho la atención, por lo bien que reflejan el punto de la Historia en el que nos encontramos. Pongo por ejemplo el batacazo que estuvo a punto de darse hace dos semanas el Bank of East Asia, de Hong Kong, por culpa de una muy reiterada cadena de mensajes de móvil en los que se hacía correr la especie de que estaba a punto de quebrar. El pánico de los cuentacorrentistas ha sido siempre el coco de los bancos, porque ninguno tiene en caja, ni mucho menos, todo el dinero que le ha sido confiado. Lo nuevo es que en Hong Kong esta vez el pánico se desató vía SMS, en plan “Pásalo”. ¿Quién, por qué y para qué puso a rodar esa bola de nieve? ¿Algún enloquecido? ¿Un competidor malicioso? En todo caso, el hecho es nuevo: los teléfonos celulares sirven también como multiplicadores de bulos anónimos con graves repercusiones financieras.
Me ha resultado no menos curioso saber que “el tsunami financiero” (otro topicazo al uso) está poniendo en peligro también el mundo del fútbol profesional. Los clubes ingleses, hasta hace poco tan espléndidos, están angustiados, porque viven de perpetuos tejemanejes bancarios y los bancos han empezado a cortar el grifo. En España la LFP dice que no hay problema, porque el fútbol se alimenta de las retransmisiones televisadas. ¿De qué retransmisiones? El llamado pago por visión está en las últimas. Entre lo mucho que se retransmite en abierto y el pastón que cuesta ver los partidos de pago, sólo se apuntan cuatro. Cuando no hay dinero, no hay dinero para nada.
Odio el alarmismo, pero para mí que esto se hunde.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (11 de octubre de 2008).