El Estado de Derecho es, en teoría, un sistema regulador de la desconfianza generalizada. A cada uno de los tres poderes clásicos (el ejecutivo, el legislativo y el judicial) le corresponde vigilar a los otros dos para asegurar que ninguno incumple su función, sea por exceso o por defecto. La misión del llamado cuarto poder, constituido por los medios de comunicación, es (debería ser) la de vigilar desde fuera al conjunto.
Se trata de un sistema ideado a partir del principio –desagradable, pero prudente– de que quienes ejercen el poder tienden a abusar de él, razón por la cual han de tener bien acotada su función y estar sometidos a constante inspección pública.
Así debería ser, pero así no es. Nunca ha sido así, en realidad, pero cada vez lo es menos. Entre los poderes del Estado (en todas sus variantes, incluida la local) reina hoy en día el compadreo y la falta de vigilancia, en plan “hoy por ti mañana por mí”, y los grandes medios de comunicación, integrados en grandes consorcios político-empresariales, se suman a la complicidad, denunciando sólo lo que conviene a su bandería privada.
Den ustedes por seguro que si no se corrompen muchos alcaldes o concejales de los de ahora es porque su ética no se lo permite, pero no porque el sistema lo tenga bajo estricta vigilancia. La legalidad española, a todos los niveles, tiene más escapatorias que un colador. Y, sin pasarme de suspicaz, aliento la sospecha de que no es así por casualidad.
Cuantos hemos trabajado de uno u otro modo relacionándonos con administraciones locales de zonas turísticas mediterráneas e insulares sabemos que el chanchullo campa a sus anchas en los más variados terrenos, casi todos edificables.
A mí lo de Estepona no me ha sorprendido nada. Precisaré: me ha sorprendido que haya salido a la luz, porque eso indica que hay mar de fondo. Pero rara es la población de por esas zonas cuyo vecindario no sepa que todo es un perfecto cachondeo.
No hace falta ser Sherlock Holmes. Si ves a un concejal que hace cuatro días era un muerto de hambre y ahora tiene una finca enorme y conduce un lujoso descapotable, sumas dos y dos.
Y te salen cuatro. Fijo.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (20 de junio de 2008). También publicó apunte ese día: Hillary y el jamón de Avilés.