El principal problema que tiene en estos momentos el PP es que varias de sus estrellas emergentes (Aguirre, Ruiz Gallardón, Camps… y quizá alguno más) sobrevaloran sus virtudes y, por ello mismo, sobrevaloran sus posibilidades. Una cierta sobrevaloración personal es inherente no ya a la política, sino probablemente a la condición humana, pero un desmedido exceso en la apreciación de las propias dotes no presagia nada bueno para quien se autoengaña.
En la pelea que se está librando en la cumbre del PP confluyen unas cuantas soberbias desproporcionadas.
La más llamativa es la que protagoniza Esperanza Aguirre. No dudo de la inteligencia de la presidenta de la Comunidad de Madrid. Como no la he tratado y tampoco he tenido acceso a su obra teórica, no me es posible opinar sobre sus dotes, exceptuadas las oratorias. Pero me da que se atribuye una importancia desmesurada en el respaldo electoral que ha obtenido. No parece consciente de que Madrid, en tanto que capital del Estado y sede histórica de su amplísima burocracia y de su corte señoritinga y servil, tiene un electorado muy especial.
Los que han estudiado su proyección política en el conjunto de España dicen que no está nada bien vista ni siquiera en el PP extracapitalino. Con lo cual, su carrera presagia un recorrido tirando a limitado.
Aguirre tiene dos problemas. Bueno, es fácil que tenga más (¡quién tuviera sólo dos!), pero hablo de dos que veo muy claros.
Uno es su escasa propensión a la introspección y su lamentable desinterés por el principio del doctor Laurence J. Peter, que determinó que en cualquier organización jerárquica todo empleado tiende a ascender hasta alcanzar su nivel máximo de incompetencia.
El otro es que se toma en serio lo que dicen y escriben sus aduladores mediáticos. Puedo asegurarle –me conozco el género y los conozco a ellos– que tratan de promocionarla porque la creen dúctil y piensan que, si logran subirla hasta lo más alto, la tendrán a su disposición.
Si Aguirre se repasa la historia de UCD, comprobará cuánto se parece con la del PP de ahora. A partir de ahí, le bastará con constatar cómo quedaron todos: ambicionados y ambiciosos.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (10 de abril de 2008).