Cuando yo tenía 8 años, los chavales de 13 o 14 me parecían muy mayores. A los 14 me enteré de que, en el colegio, los de mi edad solían llamar así, “los mayores”, a los que estudiaban el curso preuniversitario (17 años, más o menos). Tenía sentido, entre otras cosas porque ya dejaban ver una pelusa sobre sus labios superiores que presagiaba su pronta conversión en adultos hechos y derechos.
Cuando yo mismo llegué a los 20, los de 30 me resultaban mayorcísimos, casi decrépitos. A los treinta y pocos llegué súbitamente a la conciencia de que yo mismo era mayor. Sucedió eso una mala mañana en la que me di cuenta de que ya no tenía sentido seguir preguntándome: “Y yo, de mayor ¿qué seré?”, porque lo que iba a ser de mayor era exactamente eso que tenía allí, delante del espejo. Me explicaron que ese disgusto, típico, es conocido como “la crisis de los 40”, sólo que a mí se me anticipó. En todo caso fue una bobada, porque algunos años después mi vida se empeñó en tomar derroteros que jamás había imaginado.
Ahora que voy a cumplir los 60, sonrío cuando recuerdo que mi madre, estando ya cerca de los 90, se refería a veces a algunas de sus amigas de siempre diciendo: “Pues sí, esa chica…”
Mi madre murió. Como tiene que ser. Los nuevos ancianos necesitamos que nos vayan haciendo hueco.
“¿Y qué será de nosotros cuando muramos?”, me preguntó hace poco un amigo. “Pues nada”, le respondí. “No me resigno a desaparecer. Algo tiene que haber después de la muerte”, replicó. Le pregunté: “¿Y dónde estabas tú en el siglo XII, o en el XIX, cuando tus padres ni siquiera habían nacido?” “En ningún lado”, apuntó, extrañado. “Y eso, ¿no te angustia, verdad?”, proseguí. “No, claro que no. No lo había pensando nunca”, aceptó. “Pues cuando desaparezcas del todo”, le dije, “te pasará lo mismo. Que no lo habrás pensado nunca”.
Más angustioso sería que los espíritus de los muertos –por no hablar de los espíritus de los aún no nacidos–, pudieran andar rondándonos sin parar.
Sé de una mujer que no se atreve a tener relaciones sexuales desinhibidas porque teme que el espíritu de su padre esté contemplando sus marranadas. Qué horror.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (20 de noviembre de 2007). También publicó apunte: Día de luto.
Comentarios
Lo siento Javier, de corazón.
Un fuerte abrazo para tí y para los tuyos.
Escrito por: Solano.2007/11/20 10:57:11.619000 GMT+1
Querido y admirado Javier, quédate con esas vidas fugaces que a veces se dan en un instante.
Un abrazo (que no reconocerás, porque se perderá en la inmensidad de los que recibirás estos días, fugaces, pero sinceros)
Escrito por: Quo.2007/11/20 11:06:28.797000 GMT+1
Un abrazo para ti y los tuyos.
Escrito por: Fleya.2007/11/20 11:27:12.088000 GMT+1
Siento la muerte de tu hermano, Javier.
Un abrazo fuerte
Escrito por: Javier.2007/11/20 18:19:20.223000 GMT+1
Un abrazo.
Marcelo
Escrito por: .2007/11/20 19:20:35.038000 GMT+1
Escrito por: Napartheid.2007/11/21 00:30:48.952000 GMT+1