En los años en los que el comunismo internacional estuvo controlado por Stalin, había una frase que sus devotos esparcidos por todo el mundo repetían machaconamente cada vez que su tinglado particular sufría una crisis interna que lo dejaba con los huesos a la intemperie: “El partido se fortalece depurándose”, decían.
Me he acordado de ello a la vista de la situación del PP. Fuera Zaplana, fuera Acebes, fuera casi toda la vieja guardia aznarista… ¿Pensará Rajoy que su partido se fortalece depurándose? Y, en el caso de que lo piense, ¿tendrá razón?
Excuso decir que me produce una notable satisfacción que personajes como los dos citados dejen de estar en el proscenio político. Me resultaban insufribles, cada uno en su especialidad: el uno con su cínico desparpajo sin principios, el otro en su papel de fundamentalista roucovareliano. Pero yo, como más de uno se habrá maliciado, no simpatizo con el PP, ni le deseo lo mejor, de modo que mis sentimientos bien podrían servir de ilustración para la fábula que advertía de los peligros que tiene seguir “del enemigo el consejo”.
Desde la Transición, la derecha española ha sido un castillo de naipes, a veces en construcción, a veces en destrucción, a veces en puro derribo. Agrupa muchas corrientes, cada una con sus peculiares querencias e intereses, ora personales, ora familiares, ora regionales, ora ideológicas, ora de secta que ora.
La experiencia de la UCD fue concluyente. Demostró que el triunfo (o la perspectiva de triunfo inminente) une a todas las familias de la derecha, pero que el fracaso las disgrega. Suárez lo comprobó muy bien en sus propias carnes.
El PP actual controla férreamente algunas taifas autonómicas, pero tiene el timón central a la deriva. ¡Una travesía del desierto de cuatro largos años, y sin agua! Se diría que la consigna más en boga en su sede central es “Sálvese quien pueda… y como pueda”.
Es lo que vamos a comprobar a no tardar: si Rajoy demuestra que “el partido se fortalece depurándose” o si está preparando en Valencia, muy a su pesar, un Congreso como el que vivió la UCD en Palma de Mallorca en 1981, del que salió hecha añicos, cadáver.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (7 de mayo de 2008).