Hay dirigentes políticos empeñados en refutar el refranero. ¿Que no se puede estar en misa y repicando? Vaya que sí. Ellos pueden defender con entera naturalidad cada cosa y su contraria.
Un especialista en ello es el alcalde de Madrid, Alberto Ruiz Gallardón, que se pasa el día hablando de la necesidad de que los ciudadanos de la comunidad renuncien a entrar con sus coches hasta el centro de la ciudad, pidiéndoles que se sirvan del transporte público, mientras potencia la existencia de aparcamientos situados en el mismo núcleo de la capital del Reino –podría considerarse otra variante del famoso “efecto llamada”– y no pone mayor interés en la construcción de grandes aparcamientos baratos en la periferia, que permitirían a quienes acuden a trabajar a diario a la capital desprenderse de su automóvil y tomar el metro o el autobús (que, dicho sea de paso, tampoco son la repanocha).
La consejera vasca de Medio Ambiente, Esther Larrañaga, ha anunciado que el Gobierno de Vitoria tiene el proyecto de instaurar un peaje para la entrada de vehículos privados en las capitales de la comunidad autónoma. La idea, que ha funcionado con cierto éxito en diversas ciudades europeas, podría estar bien, si no fuera porque, para empezar, no se sabe cuánto va a durar el actual Gobierno vasco, ella misma tampoco ha marcado plazos para la puesta en marcha de la medida y, entretanto –y eso es lo que resulta más incoherente– en Euskadi se mantiene esa política a la madrileña consistente en construir más y más aparcamientos en el centro de las urbes, para facilitar que todo pichichi se meta con su coche hasta la cocina.
¿De qué se trata? ¿De quedar bien o de que las cosas funcionen?
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (19 de enero de 2009).