Lo primero que habría que pedirle a la ministra de Cultura, Ángeles González-Sinde, es que empiece por aclararse. Afirma que le gustan las corridas de toros, pero añade a continuación que es un vicio que debería quitarse. Pretende que, en realidad, lo que más le gusta de las corridas de toros es su silencio. Esto lo escribió en un artículo en El País en defensa de los festejos de San Isidro. Ignoro qué asiento tendría reservado González-Sinde, pero si de oír el silencio se trata, más le vale ponerse la canción de Paul Simon. Son típicas las broncas que se montan a la altura del tendido del 7 en Las Ventas, donde vuelan los insultos como balas.
En buena parte del resto de la plaza, aquello más que una corrida de toros parece un desfile de modelos de “gente guapa” que, como suele suceder con las mesas redondas, que casi siempre son rectangulares, son personajes y personajillos que no siempre resplandecen por su belleza.
Más que seguir perdiendo el tiempo en una discusión sobre la filosofía del maltrato a los animales, habría que ver cómo ir aportando soluciones prácticas a la cuestión. Una, sencilla de sacar adelante, sería prohibir a los organismos públicos subvencionar con dinero de todos un fenómeno atávico que, según los últimos datos, ya sólo interesa a una tercera parte de la población. De creer el dictamen de bastantes expertos, la mal llamada “fiesta nacional” no resistiría un envite de semejante magnitud, salvo en algunos casos particularmente espectaculares.
Sería un buen modo de empezar a coger el toro por los cuernos.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (16 de abril de 2009).