Si te toca reincorporarte mañana a tu puesto de trabajo, empezaré por manifestarte mi solidaridad. Te acompaño en el sentimiento.
Pero ésa es la cosa: el sentimiento. Porque puede ser de muy diverso género.
A lo largo de mi larga vida laboral, he experimentado muy diversos sentimientos al llegarme la hora de poner fin a las vacaciones estivales.
La variedad de estados de ánimo ha sido tanta que me creo autorizado a cuestionar el famoso síndrome postvacacional. Ha habido veces en que he vuelto deseando reincorporarme a la faena, porque le tenía muchísimas ganas, y otras en que he regresado a rastras, con el alma en los pies.
Tengo clarísimo que el problema no es uno mismo, sino la tarea y las condiciones en las que la realiza.
Recuerdo el verano en el que empezó el follón entre Irak y Kuwait. Estaba en una playa del Cantábrico tomando el sol y escuchando las noticias, que es lo que hace un buen periodista en vacaciones. Cuando oí la que se había armado, me precipité al primer teléfono que encontré para ofrecerme a regresar a la redacción ipso facto. Me frustró que me dijeran que se arreglaban muy bien sin mi. En otras ocasiones, en cambio, cuando ha sucedido algo importante durante mis vacaciones, he suspirado con alivio por estar lejos de mi banco de galeote.
¿La diferencia? Elemental. La implicación. A veces me he sentido un peón con un papel divertido dentro de un tablero apasionante (aunque no fuera así). En otras, como un mero empleado a la espera de cobrar a fin de mes, y sanseacabó.
Yo ya no vuelvo en septiembre de vacaciones –de hecho no tengo vacaciones, como habréis comprobado durante todo el verano–, pero estoy rodeado de personas que sí. Mi mujer, que es maestra, acudirá mañana a su colegio para prepararse a acoger a los niños y las niñas que habrá de contribuir a desasnar este curso. Ella no tiene ningún síndrome postvacacional: le encanta educar.
La culpa, por lo general, no está en la persona que trabaja, sino en la alienación del trabajo.
Si mañana os sentís deprimidos, no os creáis enfermos. Animaos: vuestro abatimiento puede ser una muestra de salud mental.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (31 de agosto de 2008).