Pontificó Jaime Mayor Oreja en sus tiempos de ministro del Interior aznarista: “Las víctimas siempre tienen razón”. Fue una vacuidad campanuda, muy de su estilo. ¿Qué ciencia infusa aporta el hecho de ser víctima? ¿Y dónde está la razón, cuando las víctimas no se ponen de acuerdo entre sí? ¿Tiene más razón la viuda de víctima, el hermano de víctima o la propia víctima, si sobrevive? Por lo demás, ¿quiénes tienen más razón: las víctimas de ETA o las de los GAL? ¿Debemos atenernos todos fielmente a las preferencias políticas de Segundo Marey? ¿O habremos de hacerlo a las de la viuda de García Goena, o a la de Fernando Buesa, o a la de Gregorio Ordóñez, que no coinciden entre ellas ni en la hora que marca el reloj?
La presidenta del PP vasco, María San Gil, está siendo beneficiaria de una variante especial de la retórica de su tutor monotemático. Por lo visto, el hecho de estar amenazada por ETA y haberlo pasado muy mal hace que, si ella dice que la ponencia política del Congreso del PP plantea problemas de principio, un montón de gente de su partido se cree en la obligación de darle de inmediato la razón, incluso antes de haber leído el texto de la tal ponencia. “Ella es un referente ético y político”, dijeron de inmediato muchos de ellos, empezando por Ana Botella, que, como todo el mundo sabe, es especialista en referentes éticos y políticos, sobre todo cuando se sitúan en el eje Azores-Irak.
“Todos tenemos que reflexionar sobre esto”, añadió al punto la lideresa Esperanza Aguirre. ¿Sobre qué deberían reflexionar, si San Gil lo único que había expresado hasta entonces era una conclusión, si es que no un sentimiento, pero no había argumentado todavía nada de nada?
Mariano Rajoy tiene muchos problemas, pero hay uno que está claro que supera a todos los demás. Ese hombre carece de autoridad, si es que no de carácter. No es capaz de dar un puñetazo en la mesa y poner firme a la banda de insubordinados que tiene por subordinados. Todo aquel que quiere subírsele a las barbas cuenta con escalera libre. Y en esa escalera hay un trasiego que recuerda al camarote de los hermanos Marx. Va a tener que poner un semáforo.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (14 de mayo de 2008).