Un afamado y muy riguroso penalista me explicó hace años que lo peor que puede hacer un acusado, por muy experto que sea en Derecho, es asumir su propia defensa. «Si reivindicas tu inocencia, es inevitable que te dejes arrastrar por la pasión. Puedes acabar asumiendo una línea argumental que te perjudique. Si yo fuera procesado, me buscaría un buen abogado que no tuviera demasiada relación de amistad conmigo y que pudiera abordar el caso con la debida frialdad».
Lo malo es cuando no encuentras quién te defienda.
Es posible que el Rey no hubiera tenido demasiado problema para que le asignaran algún defensor de oficio, pero el hecho es que en las últimas semanas ha resultado muy llamativo el escaso entusiasmo que han puesto en la labor quienes han salido en su defensa. Así que ha acabado por cometer el error de hacer su propio panegírico. Me ha recordado a un chaval de mi cole que decía: «No es porque sea yo, pero soy el que mejor juega a fútbol de la clase». Teníamos diez años y ya nos entraba la risa.
Juan Carlos de Borbón ha cometido, entre otros, el error de creerse lo que durante tres décadas han dicho de él sus aduladores. Se ve que nadie le ha tenido al corriente de lo que casi toda la clase política murmuraba a sus espaldas, poniéndolo a caldo por vividor, frívolo y aprovechado.
Él, que no es demasiado serio, se tomó en serio y no se dio cuenta de que eran legión los que lo estaban utilizando, cual pañuelo de celulosa, en plan de usar y tirar.
Ahora hay gente que le reclama la abdicación. Pero no porque deba arrepentirse de haber sido designado por Franco y por no haberse sometido jamás al refrendo de las urnas, sino por no estar mostrándose lo suficientemente derechista. Como diría el otro, manda huevos.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (7 de octubre de 2007). Javier lo publicó como apunte (El rey asume su defensa). Lo mantenemos allí porque tiene unos cuantos comentarios. Subido a "Desde Jamaica" el 30 de junio de 2018.