Reproché hace años a un afamado editor que hubiera forzado la concesión de un premio literario a un novelista más que mediocre, cuando la obra que había quedado finalista era muchísimo mejor que la vencedora. Me respondió: “Sí, tienes razón, pero era un compromiso. Ya le he prometido al otro autor que el año que viene el premio será suyo”.
Acaba de concederse el Planeta. No sé cómo funcionará en estos tiempos, pero supongo que no habrá cambiado mucho desde la época en la que yo vivía en la redacción de un diario. Entonces la editorial nos comunicaba el nombre del ganador horas antes de que se reuniera el jurado, para que tuviéramos tiempo de preparar el reportaje correspondiente. ¿De dónde sacaba el editor esa destreza de augur? ¿Cómo sabía qué resultado iban a tener las deliberaciones de los muy imparciales miembros del jurado? Imaginadlo.
Me ha tocado algunas veces en la vida –pocas, por fortuna– ser miembro de un jurado literario. Recuerdo una, memorable, en las que tuve la fortuna de estar junto al difunto Claudio Rodríguez, tan excelente poeta como buen tipo. Con él y otros compañeros y compañeras de mesa (Ana Moix, José Batlló, Jesús Munárriz) supe que un jurado literario puede incluso ser honrado. Una mañana se nos presentó Claudio Rodríguez y, con su habla resbalosa, inconfundible, nos pidió que excluyéramos fulminantemente del concurso un libro. Nos contó que la autora, a la que identificó, había ido la tarde anterior a su casa para llevar una valiosa cerámica, que entregó a su mujer, a la que dejó constancia del nombre de la obra con la que aspiraba al premio. Todos respaldamos la petición del zamorano y la tramposa se quedó con un palmo de narices. Rodríguez tuvo un incidente similar, sólo que al revés, sufriendo la presión de los organizadores, cuando contribuyó a conceder el Adonais a Blanca Andreu.
Ignoro los méritos que puedan tener (o de los que puedan carecer) las obras de los galardonados este año con el Planeta. Cuento estas cosas tan sólo para que el personal sepa cómo funcionan en España algunos grandes premios literarios. Hay autores que se saben ganadores antes incluso de empezar a escribir.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (20 de octubre de 2008).