Ha sido un tópico recurrente denunciar a Ibarretxe por haber malbaratado la última legislatura dándole vueltas y más vueltas al proyecto de Estatuto al que se otorgaba su nombre. Para la inmensa mayoría de la militancia del PP vasco, el ejemplo era la Comunidad Valenciana, que mantenía ritmos de crecimiento económico altos sin buscarse conflictos con el Poder central.
Es mucha la gente que ignora que Ibarretxe se hizo fraile sin dejar de ser cocinero; que es un economista que ya estaba formado en duras lides tanto en el sector privado como en el semi privado antes de dedicarse a la política.
El tiempo que muchos atribuyeron a su monomanía soberanista lo ocupó en muy buena medida en encontrar la forma más adecuada de afrontar la desindustrialización que padeció Euskadi, sobre todo en la margen izquierda del Nervión. Animó un conjunto de medidas destinadas a la promoción de la pequeña y mediana empresa, con el Grupo Mondragón, la CAF y la renovación turística de Bilbao –que se inició con la construcción del Museo Guggenheim– como buques insignia.
El resultado de todo ello es que en 2008 Euskadi fue la comunidad autónoma en la que más creció el PIB.
En cambio, el afamado modelo valenciano, basado en pilares tan arenosos como la destrucción del litoral y en la sumisión a los vaivenes de las relaciones Zapatero-Rajoy han dejado su imagen hecha trizas. También en 2008, Valencia ocupó el último lugar del ranking de creación del PIB por CCAA.
¿Capacidad para amoldarse a los nuevos tiempos políticos o puro y duro afán de poder?
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (2 de abril de 2009).