He oído desde 1976 tantas promesas fallidas de los partidos políticos en el poder –o con ansias de ocuparlo en breve plazo– que el escepticismo no sólo me parece un derecho, sino incluso una obligación.
En el reciente Congreso del PSOE, el presidente del Gobierno ha anunciado su voluntad de promover determinadas reformas sociales que conectan con los deseos de lo que suele denominarse “la izquierda”. Sin embargo, en casi todas esas promesas se ha mostrado sumamente inconcreto en materia de plazos de ejecución. Y en varias de ellas se aprecian incongruencias nada tranquilizadoras.
Pongamos el caso de la defensa de la aconfesionalidad del Estado. Si de veras se tratara de ponerla en práctica (¡30 años después de aprobada la Constitución!), ¿por qué no haberse juramentado ya a suprimir el cuerpo de los capellanes castrenses, a acabar con los funerales de Estado oficiados por clérigos (la excusa de que “no existe una ceremonia alternativa” roza la tomadura de pelo), a poner fin de una vez a las ofrendas anuales del Jefe del Estado al Apóstol Santiago, a la esperpéntica participación de unidades militares y policiales en las procesiones religiosas y a todas las demás prácticas atávicas propias del nacional-catolicismo?
Resulta escamante también, y mucho, que Zapatero hable de la necesidad de buscar el consenso en asuntos sobre los que no hay nada que discutir, puesto que las posiciones de todos los partidos están ya más que claras y, además, resultan inconciliables, porque son de principio. ¿Alguien se piensa que el PP, por mucho que se dialogara con él, podría llegar a aprobar una ley de plazos para el aborto u otra que propiciara la eutanasia en determinados supuestos? En ambos asuntos, las cuentas parlamentarias pueden hacerse ya, sin más dilación.
Cada vez que me encuentro con resoluciones programáticas que emplean expresiones tales como “se favorecerá...”, “se buscará una progresiva evolución en la vía de...”, “se trabajará en lo posible para...”, “cuando se reúnan las condiciones necesarias...” y demás vaguedades, me pongo en guardia. Son típicas de quien quiere aparentar, agradar sin atender, amagar sin dar.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (10 de julio de 2008).