Ya se conocen los datos sobre la circulación de automóviles en las ciudades españolas durante el pasado lunes, declarado “Día Sin Coches”. Fue como la de cualquier otro día laborable del año. En algunas capitales resultó más problemática, debido a las fuertes lluvias, que hicieron el tránsito aún más lento y dificultoso. A cambio, hubo carreteras interprovinciales y autovías en las que el objetivo del “Día Sin Coches” se logró plenamente, pero no por la respuesta favorable de los conductores, sino porque quedaron cortadas, debido a los desprendimientos y las balsas de agua.
Pocos síntomas indican mejor que un problema va a continuar tiempo y tiempo sin resolverse que el hecho de que las autoridades le dediquen oficialmente un día. La declaración de tal o cual fecha como el “Día de Esto” o el “Día de lo Otro” suele ser, a la vez, una coartada y una confesión: una coartada para disimular que no conceden prioridad a ese asunto los demás días del año y la confesión de que cuentan con que el problema va a seguir sobre la mesa indefinidamente.
El caso del “Día Sin Coche” es de los más llamativos. Es ridículo que unas alcaldías que insisten en llenar los centros urbanos de aparcamientos, invitando a los automovilistas a meterse con sus vehículos hasta el mismísimo corazón de la ciudad, se declaren arrebatadas por una repentina devoción ecologista y pretendan que todo sea distinto… un solo día al año. La utilización diaria del coche para acudir al trabajo, llevar a los críos a la escuela o hacer recados es fruto de un buen número de factores, que van desde la precariedad de las alternativas públicas hasta el feroz individualismo potenciado por el modelo social imperante. Eso no se cambia celebrando un “Día Sin Coche”.
Como muestra, un botón. Sé de una persona que, si el pasado lunes se hubiera apuntado al “Día Sin Coche”, habría tardado tres cuartos de hora, como poco, en llegar a su trabajo. Y otro tanto en volver a casa. Ni el metro ni la red de autobuses le proporcionan una comunicación medianamente directa. En coche, hizo el recorrido en 10 minutos, como todos los días.
Es ecologista, pero no masoca.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (24 de septiembre de 2008).