Tengo amigos que son seguidores del Atlético, del Real Madrid, del Barça, del Depor, del Racing, del Athletic… y hasta de la Real Sociedad, que eso sí que tiene mérito. Puedo asegurar que son todas ellos personas inteligentes y civilizadas, muy poco dadas a los fanatismos y a la obcecación.
Salvo cuando se trata de fútbol. Ver partidos de fútbol con ellos da como para hacer varios tratados sobre el subjetivismo. Donde uno ve una falta clarísima, otro sostiene que no ha pasado nada. Donde uno afirma con desdén que no ha habido ni siquiera contacto físico, otro ve un penalti como la copa de un pino. Y da igual cuantas veces repitan la jugada en la televisión: los unos y los otros se reafirman en lo suyo sin flaquear lo más mínimo.
Ha habido revuelo últimamente porque los madridistas se quejan de que los arbitrajes están perjudicando a su equipo, lo cual es causa de pitorreo general entre los demás: “¡Están mal acostumbrados! ¡Tienen tanta costumbre de que les beneficien que no soportan que algunos árbitros los traten como al resto!”
Que el Real Madrid o el Barça se indignen con los arbitrajes es estupefaciente. En general, los árbitros los benefician con holgura, pero no porque los tengan comprados; es que el peso y las influencias de todo tipo con los que cuentan esos grandes clubes les impresionan. Los colocan en una situación vecina del pánico, incluso aunque no sean conscientes de ello. Entendámosles: si un árbitro mete la pata en una jugada importante de un encuentro Numancia-Racing, por ejemplo, en cuatro horas ha pasado al olvido, pero si lo hace en un partido del Madrid o del Barça tiene a todos los programas radiofónicos de deportes y a todos los periódicos especializados dándole la murga durante una semana, como poco. Si es que no le hunden la carrera para siempre.
Pero los forofos sólo tienen capacidad para ver la parte de la realidad que conviene a sus inclinaciones, unas veces por interés material, otras muchas por mero impulso tribal. Y por evidente que sea su unilateralidad para el resto del mundo, ellos no se apean ni aunque los aspen. Se trata de una variante curiosa del nacionalismo.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (3 de noviembre de 2008). También publicó apunte ese día: Cosas de traca.