Me fascinan las retransmisiones deportivas de las emisoras de radio y las cadenas de televisión. Los comentaristas utilizan lenguajes y códigos realmente singulares.
Acabado el Roland Garros, puedo certificar que el adjetivo que más se lleva hoy en día en la cosa del tenis, no sé por qué, es “increíble”. Todo es “increíble”. Según los especialistas que se ponen ante los micrófonos, apenas ha habido tenista que no haya dado en el torneo de París varias decenas de raquetazos “increíbles”. Me digo yo que, si los dan tantos y con tanta frecuencia, deberían empezar a considerarlos creíbles.
Pero los comentaristas que más me divierten son los de fútbol. Ahora, con lo de la Eurocopa, están que se salen.
Los hay, bastante numerosos, que cultivan el género que podríamos llamar garrulo. Se les distingue rápidamente porque empiezan siempre sus comentarios diciendo que cuando oyen los himnos nacionales se les pone “la carne de gallina”.
Luego están los innovadores de la lengua castellana. Ésos son los que, cuando un jugador se prepara para dar un pelotazo, dicen que “arma la pierna”, y los que han decidido que anticiparse no merece ser pronominal y afirman con total naturalidad que Fulano “anticipa” a Mengano. Eso sin contar con los que ejercen de pedantes sin razón aparente y repiten sin parar que el uno “encima” al otro, o que “el golpeo” del de más allá es mejor o peor.
De todos modos, lo que me tiene más perplejo es el intercambio de funciones que se ha producido entre los locutores de radio y de televisión. Los de televisión se dedican a relatar a velocidad de vértigo todo lo que ya estás viendo: que éste retrasa, que el otro pasa... Los de radio, en cambio, dan por hecho que estás delante del televisor y entonces se dedican a contar anécdotas, hacer gracietas y recrearse en la publicidad, sin molestarse en informar de lo que está sucediendo en el partido. Salvo cuando hay un gol. Entonces tienen montado un concurso, a ver quién es capaz de gritar “goooooooooool” durante más tiempo (antes de decirte quién ha conseguido el tanto, que en realidad es lo único que importa).
Es gente muy singular. Ya digo que me fascina.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (12 de junio de 2008).