La gente tiende a reconstruir su pasado para encararlo de manera más positiva o, al menos, misericorde. Supongo que es más un mecanismo inconsciente de amor propio que un intento de engañar. Jamás he leído una autobiografía en la que el personaje se retrate a sí mismo como un canalla, por claro que esté que la Humanidad habría salido netamente beneficiada si sus padres se hubieran estado quietos el día en que tuvieron a mal engendrarlo.
Pero incluso la benevolencia subjetiva debe respetar ciertos límites. Pongamos el caso de una persona que muestra una tenaz propensión no sólo a justificar todos sus errores, sino incluso a presentarlos como grandes aciertos: José María Aznar. Es evidente que está encantado de su historial político, que él presenta como espejo de las mayores virtudes. Se trata de una petulancia bastante irritante, pero que cabe incluir dentro del capítulo del narcisismo típico de los personajes que se sienten instalados en el Olimpo de la Historia. Bordea los límites, pero no los traspasa.
Cuando da el salto definitivo es cuando no se conforma con elogiar su pasado, sino que procede a falsificarlo, sin más, atribuyéndose lo contrario de lo que realmente hizo.
El expresidente ha hablado recientemente del mal momento por el que atraviesa el PP, lo ha comparado con los tiempos en los que él, amparado por Fraga, tomó las riendas del partido y se ha puesto como ejemplo (por contraste implícito con Rajoy) de cómo, en casos así, el buen líder debe hacer gala de “una gran capacidad de integración”. Me costó creer lo que oía. ¿Pensará que aquí nadie tiene memoria?
Lo cierto es que, así que llegó a la cumbre del PP, a la chita callando y sin debate, vía burocrática, él procedió a quitar de en medio a todos los demás dirigentes que podían hacerle sombra. Únicamente mantuvo a los incondicionales, y a algunos sólo por un cierto tiempo.
Gobernó su partido con mano de hierro, sin permitir que nadie chistara, y ahora trata de presentarnos un Aznar imaginado por él mismo, especialista en renovar “por adición” y en “sumar voluntades”.
No se conforma con justificar lo que hizo, sino que lo reinventa. Es demasiado.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (13 de julio de 2008).