Conviene no confundir el ritual que deben seguir los procedimientos institucionales con la gama de posibilidades que ofrece la vida política. El PNV tiene razón cuando sostiene que, siendo el partido más votado el 1 de marzo (y con diferencia), le corresponde el derecho a iniciar los trámites para formar gobierno. Patxi López debe resignarse a ello, porque es de ley, y no dejarse dominar por la impaciencia: si el PNV fracasa en el intento –cosa harto probable–, ya le llegará su turno. Y a no tardar.
En lo que no debería insistir demasiado el candidato socialista es en su voluntad de gobernar en minoría sin ninguna alianza fija, “con acuerdos puntuales”. Dejando de lado que ignore que en castellano “puntual” no es sinónimo de “concreto” (échele un vistazo al diccionario), resulta absurdo que pretenda que con sólo 24 diputados va a poder permitirse muchas alegrías. Enemistado con el PNV (30 diputados), con Aralar, con EA y con EB (siete más), necesitará el apoyo parlamentario sistemático del PP y de UPyD, porque, de lo contrario, no le saldrán las cuentas en ninguna ley que pretenda aprobar.
Es bien sabido que nadie da duros a cuatro pesetas. López será rehén de sus apoyos, por fuerza mayor, y ellos le pasarán una y otra vez las facturas correspondientes. En los más diversos planos. Con semejantes compañeros de viaje, su discurso sobre la “transversalidad” (otro palabro) y “la superación de la división de la sociedad vasca entre nacionalistas y no nacionalistas” no tiene ningún porvenir. Él será el presidente de la coalición que lo elija, aunque el PP no participe en su Gobierno. Igual que están haciendo sus compañeros de Navarra con la UPN de Sanz, pero al revés.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (5 de marzo de 2009).